martes, 26 de junio de 2007
Les invito a leer el anecdotario mitológico
LA VIA LACTEA
En la mitologia griega, la diosa Hera , esposa de Zeus , amantaba a Hércules, el futuro heroé. El pequeño, anunciando su enérgico carácter, le mordió y lastimó un ceno, y la leche, que casi inextinguible se derramó por la erida, formo una estela en el firmamento, es decir el camino de la leche o Via Láctea.
1)Te invito a averiguar mas sobre la diosa Hera y a crear tu
propio blogs sobre esta diosa
Recuerda que para crear tu blogs debes tener una cuenta gmail. Busca en la pagina: http://www.fundacionmustaki.com
martes, 12 de junio de 2007
mitos y más mitos
Bienvenidos niños y niñas del 7ºA yB del Colegio Camilo Henriquéz . Les invito a responder algunas preguntas relacionadas con los Mitos los cuales hemos visto y trabajado anteriormente, esperando que lo hagan con muchas ganas,nos estaremos comunicando.
domingo, 10 de junio de 2007
Faetón y el dios Sol
En un lugar de la Grecia Antigua, cercano al mar y rodeado de colinas de olivo vivia Faetón, joven de frondosa iluminosa cabellera, hijo de Helios, el dios Sol
Su infancia transcurrió tranquila y felíz, al lado de ese mar que tanto amaba. De día jugaba en las playas de arena tibia con sus compañeros y hermanas, haciendo carreras, nadando o admirando los altos que daban los delfines entre las olas. Algunas veces se aventuraba mar adentro en bote de remo y pasaba largas horas, muy quieto, pescando con un delgado cordel. De rato en rato miraba el cielo y al ver el esplendor del sol se sentía orgulloso de ser su hijo.
En las tardes, volvia a su casa donde lo esperabva su madre, la ninfa Climene, y al oscurecer salia a mirar el manto estrellado de la noche. ¿Dónde estaba a esta hora Helios su padre? Terminando el recorrido del día, el Sol descanzaba, dejándole su lugar a la noche.
Conversación de Faetón con su Madre.
-¿Qué pasa hijo?
Faetón le respondió:
-Mi amigo Epafos dice que soy un mentiroso, que no soy hijo del Sol.
Su madre le contestó:
-Epafos no sabe lo que dice. Tu eres hijo de Helios, el dios Sol. Ese que sale temprtano detrás de la dios Aurora en las mañanas y que al atardecer se oculta es, de veras, tu padre.
Faetón , emocionado dijo entonces:
-Madre, voy a emprender un largo viaje. Quiero ir en busca de mi padre. Tengo ansias de conocerlo y de ver de cerca su divino esplendor.
La madre de Faetón asintió:
-Ve hijo mío, y busca a tu padre. Ve siempre por el camino que lleva al Oriente -le indicó su madre.
En su llegada atravesó una pesada rteja de oro y empezó a subir. la luz dorada lo encandilaba y tuvo que detenerse un momento y cerrar los ojos hasta acostumbrarse al resplandor.
Una vez arriba, vio una gran puerta. La empujó y entró a una sala muy brillante, con techo de marfil pulido. Después de unos minutos, pudo distinguir a Helios.
Helios, cuyos ojos veían todas la cosas, notó la entrada de Faetón en la sala e inmediatamente lo reconoció y le preguntó:
-¿Qué ocurre, hijo?- preguntó el dios a Faetón- ¿Qué pena te apesadumbra? ¿Qué te falta allá, sobre la Tierra?
-Padre mío: tu indiferencia hacia mí cuando pasas, guiando tus corceles por la ruta del cielo, hace pensar a los hombres que no es cierto que soy hijo tuyo. Necesito demostrarles que están en un error. A decir verdad, yo mismo dudo a veces de que seas realmente mi padre.
-¡No lo dudes, Faetón! Tú eres hijo mío, te lo aseguro. Para darte una prueba de ello, prometo concederte el don que me pidas.
-¿Cualquiera que sea mi deseo?
- Cualquier deseo tuyo será satisfecho, hijo mío; habla.
- Pues bien, quiero ver lo que ningún ojo humano ha visto hasta ahora: la esfera de cristal del Universo desde la ruta que recorres diariamente en la bóveda del cielo. Quiero subir sobre tu carro de luz y guiar un día entero tus veloces caballos.
Al oír tales palabras, Febo se arrepintió de haber prometido que iba a acceder a cualquier petición de su hijo. No podía permitir que éste corriera el riesgo de una catástrofe, provocando un desastre irreparable.
-Hijo mío- exclamó el dios en tono persuasivo-: no tienes idea de lo que significa regir esos corceles para que no se aparten de la ruta fijada. Son caballos indómitos, que sólo la mano de un dios puede sujetar.
Faetón meneó la cabeza. Quería significar que ninguna razón podía apartarlo de su propósito. Debía concedérsele lo prometido.
-¿No comprendes, hijo, que un solo momento de descuido, un instante de debilidad, hará que el carro se desvíe de la ruta? Un pequeño alejamiento de la Tierra provocaría la muerte de todos los seres vivos por falta de calor; una pequeña aproximación secaría los arroyos, los ríos, los mares y todas las fuentes que dan vida a las plantas, a los animales y a los hombres.
Ni los argumentos ni el tono doliente y persuasivo de Febo conmovieron al terco joven.
-Quiero demostrar a los hombres que soy digno hijo del dios del sol. Estoy seguro de que guiaré con firmeza tus caballos.
Agotados todos los argumentos, Febo recurrió a los ruegos y súplicas; pero Faetón mantuvo firmemente su decisión. La promesa debía ser cumplida.
A la hora señalada por Zeus desde los tiempos más remotos, el carro del sol estaba listo para emprender la diaria carrera por el firmamento. En el momento en que el joven empuñó las riendas, Febo, temeroso de lo que pudiera hacer su hijo, le hizo las últimas recomendaciones.
-Espero que Zeus te dé fuerzas para mantener sujetos a los caballos durante la jornada entera. No descuides ni un instante las riendas. No te distraigas y, sobre todo, no trates de mirar hacia abajo.
Faetón ardía de impaciencia. Con las riendas en su puño firme, esperaba el minuto preciso del comienzo de la carrera. Estaba seguro de que el éxito coronaría felizmente su audaz empresa, logrando así la consideración y el respeto que le negaban los hombres.
Al comienzo, la carrera se desarrolló normalmente. Parecía que los caballos no habían advertido el cambio de auriga. El carro refulgente horadaba las sombras, y los caballos seguían la ruta acostumbrada.
"Ahora se despiertan los pájaros en sus nidos. A mi paso me saludan las aves con sus cantos. Todos los elementos de la tierra elevan hacia mí himnos de gracia. Ellos no saben, ni pueden imaginarse, que no es Febo el que guía hoy el carro del sol".
Así iba pensando Faetón mientras los corceles, regidos por las riendas tensas, seguían por la ruta del cielo. El joven se imaginaba el espectáculo que a su paso se desarrollaba sobre la Tierra, cintas de ríos y arroyos centelleantes, brillo de olas marinas, verde de praderas inmensas, juego de nubes y trabajo fecundo de hombres laboriosos. ¡Qué hermoso debía ser ese espectáculo visto desde las alturas! Y en un momento de debilidad, en un instante de olvido de las recomendaciones paternas, el inexperto auriga dirigió la mirada hacia abajo. Fue un momento, más breve que el zigzaguear de un relámpago. Una de las riendas quedó floja; uno de los corceles lo advirtió y se separó lateralmente; los otros fueron atraídos por el primero, y el carro se desvió de la ruta.
Faetón quiso enderezar el curso para tomar el rumbo cierto, pero sus brazos no tuvieron fuerza suficiente para ello. Los corceles siguieron apartándose, indóciles al puño que los regía.
Cuando el carro del sol se acercó a la Tierra, vastas regiones ardieron de súbito. Campos y ciudades fueron presa de las llamas, y en poco tiempo, cultivos, arboledas, aldeas y urbes se transformaron en ceniza. Grandes humaredas se elevaron al cielo, y Faetón se desesperaba al comprobar la inutilidad de sus esfuerzos. Aferrado a las riendas, veía con espanto que los caballos se alejaban ahora de la tierra. Un frío intenso sembró la muerte sobre vastas regiones. Ni plantas ni animales sobrevivieron en ellas. Los hombres corrían despavoridos en busca de los rayos del sol, pero éstos eran tan débiles por su lejanía, que el calor era insuficiente para mantener la vida.
Cuando Zeus, advertido del curso irregular del carro del sol, vio desde su trono que era una mano inexperta la que empuñaba las riendas, tomó uno de sus rayos y lo lanzó al espacio.
El rayo golpeó en pleno pecho al audaz auriga, y éste soltó las riendas y se precipitó en el vacío. El carro del sol se detuvo un momento, y Febo volvió a ocupar su puesto. Todo volvió a su quicio, la vida de la Tierra retomó su curso normal, y el desastre ocurrido asumió el carácter de un incidente pasajero. Pero en el país de Faetón persistió el recuerdo de su audaz empresa.
Ahora que sabes más de este mito, te invito a responder las siguientes preguntas:
1.-¿Cómo te imaginas a Faetón si viviera hoy?
2.-¿Qué características físicas tendría?
3.-¿Qué características psicológicas tendría?
4.-Escribe tu propio mito actualizado a esta época, cambiando los nombres y los lugares de la historia.
Su infancia transcurrió tranquila y felíz, al lado de ese mar que tanto amaba. De día jugaba en las playas de arena tibia con sus compañeros y hermanas, haciendo carreras, nadando o admirando los altos que daban los delfines entre las olas. Algunas veces se aventuraba mar adentro en bote de remo y pasaba largas horas, muy quieto, pescando con un delgado cordel. De rato en rato miraba el cielo y al ver el esplendor del sol se sentía orgulloso de ser su hijo.
En las tardes, volvia a su casa donde lo esperabva su madre, la ninfa Climene, y al oscurecer salia a mirar el manto estrellado de la noche. ¿Dónde estaba a esta hora Helios su padre? Terminando el recorrido del día, el Sol descanzaba, dejándole su lugar a la noche.
Conversación de Faetón con su Madre.
-¿Qué pasa hijo?
Faetón le respondió:
-Mi amigo Epafos dice que soy un mentiroso, que no soy hijo del Sol.
Su madre le contestó:
-Epafos no sabe lo que dice. Tu eres hijo de Helios, el dios Sol. Ese que sale temprtano detrás de la dios Aurora en las mañanas y que al atardecer se oculta es, de veras, tu padre.
Faetón , emocionado dijo entonces:
-Madre, voy a emprender un largo viaje. Quiero ir en busca de mi padre. Tengo ansias de conocerlo y de ver de cerca su divino esplendor.
La madre de Faetón asintió:
-Ve hijo mío, y busca a tu padre. Ve siempre por el camino que lleva al Oriente -le indicó su madre.
En su llegada atravesó una pesada rteja de oro y empezó a subir. la luz dorada lo encandilaba y tuvo que detenerse un momento y cerrar los ojos hasta acostumbrarse al resplandor.
Una vez arriba, vio una gran puerta. La empujó y entró a una sala muy brillante, con techo de marfil pulido. Después de unos minutos, pudo distinguir a Helios.
Helios, cuyos ojos veían todas la cosas, notó la entrada de Faetón en la sala e inmediatamente lo reconoció y le preguntó:
-¿Qué ocurre, hijo?- preguntó el dios a Faetón- ¿Qué pena te apesadumbra? ¿Qué te falta allá, sobre la Tierra?
-Padre mío: tu indiferencia hacia mí cuando pasas, guiando tus corceles por la ruta del cielo, hace pensar a los hombres que no es cierto que soy hijo tuyo. Necesito demostrarles que están en un error. A decir verdad, yo mismo dudo a veces de que seas realmente mi padre.
-¡No lo dudes, Faetón! Tú eres hijo mío, te lo aseguro. Para darte una prueba de ello, prometo concederte el don que me pidas.
-¿Cualquiera que sea mi deseo?
- Cualquier deseo tuyo será satisfecho, hijo mío; habla.
- Pues bien, quiero ver lo que ningún ojo humano ha visto hasta ahora: la esfera de cristal del Universo desde la ruta que recorres diariamente en la bóveda del cielo. Quiero subir sobre tu carro de luz y guiar un día entero tus veloces caballos.
Al oír tales palabras, Febo se arrepintió de haber prometido que iba a acceder a cualquier petición de su hijo. No podía permitir que éste corriera el riesgo de una catástrofe, provocando un desastre irreparable.
-Hijo mío- exclamó el dios en tono persuasivo-: no tienes idea de lo que significa regir esos corceles para que no se aparten de la ruta fijada. Son caballos indómitos, que sólo la mano de un dios puede sujetar.
Faetón meneó la cabeza. Quería significar que ninguna razón podía apartarlo de su propósito. Debía concedérsele lo prometido.
-¿No comprendes, hijo, que un solo momento de descuido, un instante de debilidad, hará que el carro se desvíe de la ruta? Un pequeño alejamiento de la Tierra provocaría la muerte de todos los seres vivos por falta de calor; una pequeña aproximación secaría los arroyos, los ríos, los mares y todas las fuentes que dan vida a las plantas, a los animales y a los hombres.
Ni los argumentos ni el tono doliente y persuasivo de Febo conmovieron al terco joven.
-Quiero demostrar a los hombres que soy digno hijo del dios del sol. Estoy seguro de que guiaré con firmeza tus caballos.
Agotados todos los argumentos, Febo recurrió a los ruegos y súplicas; pero Faetón mantuvo firmemente su decisión. La promesa debía ser cumplida.
A la hora señalada por Zeus desde los tiempos más remotos, el carro del sol estaba listo para emprender la diaria carrera por el firmamento. En el momento en que el joven empuñó las riendas, Febo, temeroso de lo que pudiera hacer su hijo, le hizo las últimas recomendaciones.
-Espero que Zeus te dé fuerzas para mantener sujetos a los caballos durante la jornada entera. No descuides ni un instante las riendas. No te distraigas y, sobre todo, no trates de mirar hacia abajo.
Faetón ardía de impaciencia. Con las riendas en su puño firme, esperaba el minuto preciso del comienzo de la carrera. Estaba seguro de que el éxito coronaría felizmente su audaz empresa, logrando así la consideración y el respeto que le negaban los hombres.
Al comienzo, la carrera se desarrolló normalmente. Parecía que los caballos no habían advertido el cambio de auriga. El carro refulgente horadaba las sombras, y los caballos seguían la ruta acostumbrada.
"Ahora se despiertan los pájaros en sus nidos. A mi paso me saludan las aves con sus cantos. Todos los elementos de la tierra elevan hacia mí himnos de gracia. Ellos no saben, ni pueden imaginarse, que no es Febo el que guía hoy el carro del sol".
Así iba pensando Faetón mientras los corceles, regidos por las riendas tensas, seguían por la ruta del cielo. El joven se imaginaba el espectáculo que a su paso se desarrollaba sobre la Tierra, cintas de ríos y arroyos centelleantes, brillo de olas marinas, verde de praderas inmensas, juego de nubes y trabajo fecundo de hombres laboriosos. ¡Qué hermoso debía ser ese espectáculo visto desde las alturas! Y en un momento de debilidad, en un instante de olvido de las recomendaciones paternas, el inexperto auriga dirigió la mirada hacia abajo. Fue un momento, más breve que el zigzaguear de un relámpago. Una de las riendas quedó floja; uno de los corceles lo advirtió y se separó lateralmente; los otros fueron atraídos por el primero, y el carro se desvió de la ruta.
Faetón quiso enderezar el curso para tomar el rumbo cierto, pero sus brazos no tuvieron fuerza suficiente para ello. Los corceles siguieron apartándose, indóciles al puño que los regía.
Cuando el carro del sol se acercó a la Tierra, vastas regiones ardieron de súbito. Campos y ciudades fueron presa de las llamas, y en poco tiempo, cultivos, arboledas, aldeas y urbes se transformaron en ceniza. Grandes humaredas se elevaron al cielo, y Faetón se desesperaba al comprobar la inutilidad de sus esfuerzos. Aferrado a las riendas, veía con espanto que los caballos se alejaban ahora de la tierra. Un frío intenso sembró la muerte sobre vastas regiones. Ni plantas ni animales sobrevivieron en ellas. Los hombres corrían despavoridos en busca de los rayos del sol, pero éstos eran tan débiles por su lejanía, que el calor era insuficiente para mantener la vida.
Cuando Zeus, advertido del curso irregular del carro del sol, vio desde su trono que era una mano inexperta la que empuñaba las riendas, tomó uno de sus rayos y lo lanzó al espacio.
El rayo golpeó en pleno pecho al audaz auriga, y éste soltó las riendas y se precipitó en el vacío. El carro del sol se detuvo un momento, y Febo volvió a ocupar su puesto. Todo volvió a su quicio, la vida de la Tierra retomó su curso normal, y el desastre ocurrido asumió el carácter de un incidente pasajero. Pero en el país de Faetón persistió el recuerdo de su audaz empresa.
Ahora que sabes más de este mito, te invito a responder las siguientes preguntas:
1.-¿Cómo te imaginas a Faetón si viviera hoy?
2.-¿Qué características físicas tendría?
3.-¿Qué características psicológicas tendría?
4.-Escribe tu propio mito actualizado a esta época, cambiando los nombres y los lugares de la historia.
Recuerda usar tu imaginación y realiza un creativo mito.
¡¡¡ Animate, tú puedes !!!
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lunes, 4 de junio de 2007
Minotauro
El rey Minos reinaba en la isla de Creta, en medio del azul mar Mediterráneo. Era una tierra próspera; sus habitantes eran ricos comerciantes; sus campos producían buen vino, gordas ovejas y cabras; su poderoso Rey era temido por las demás naciones. La capital del reino de Creta, Knossos, era también celebre porque existía un laberinto, dentro del cual vivía el Minotauro. En efecto, Minos había prometido a Poseidón, el dios del mar, lo que saliera de el. El dios envió un toro de tan gran belleza que Minos, llevado por la avaricia, se negó a sacrificar y lo guardó en sus establos. Poseidón se vengó inspirando a Pasifae, mujer de Minos, tal pasión por este animal que se entregó a él y alumbró al Minotauro, monstruo con cabeza de toro y cuerpo humano, al que había que alimentar sacrificando a un hombre.
Minos, deseando mantener en secreto esta situación, mandó buscar a Dédalo, el arquitecto mas famoso de Atenas, y le pidió que construyera una prisión donde encerrar al Minotauro. En esta construcción a la que llamaron laberinto, era casi imposible encontrar la salida, pues tenía oscuros pasadizos curvos tallados en la roca.
Atenas, una de las grandes y mas nobles de la antigua Grecia, en el momento en que se desarrolla esta historia, no era mas que una pequeña ciudad situada en lo alto de un peñasco que se alzaba a tres o cuatro kilómetros del mar. El rey Egeo, que gobernaba Atenas en aquellos tiempos acababa de recibir en su casa a un hijo que no veía desde que había nacido un joven llamado Teseo.
Egeo no cabía en si de alegría al tener a su hijo por fin en casa, pero Teseo no pudo evitar darse cuenta de que había momentos en que el rey parecía distraido y triste. Poco a poco, Teseo empezó a notar esa misma melancolía en el pueblo de Atenas. las madres estaban silenciosas, los padres negaban con la cabeza y los jóvenes miraban continuamente el mar, como si esperasen que de él saliese algo terrible. Al parecer muchos jóvenes atenienses habían desaparecido, y se decía que habían ido a visitar a amigos en rincones lejanos de Grecia. Al final Teseo decidió preguntarle a su padre que preocupaba tanto al país...
¡¡¡ Niños y Niñas; les invito a continuar esta historia y crear un nuevo final !!!
Minos, deseando mantener en secreto esta situación, mandó buscar a Dédalo, el arquitecto mas famoso de Atenas, y le pidió que construyera una prisión donde encerrar al Minotauro. En esta construcción a la que llamaron laberinto, era casi imposible encontrar la salida, pues tenía oscuros pasadizos curvos tallados en la roca.
Atenas, una de las grandes y mas nobles de la antigua Grecia, en el momento en que se desarrolla esta historia, no era mas que una pequeña ciudad situada en lo alto de un peñasco que se alzaba a tres o cuatro kilómetros del mar. El rey Egeo, que gobernaba Atenas en aquellos tiempos acababa de recibir en su casa a un hijo que no veía desde que había nacido un joven llamado Teseo.
Egeo no cabía en si de alegría al tener a su hijo por fin en casa, pero Teseo no pudo evitar darse cuenta de que había momentos en que el rey parecía distraido y triste. Poco a poco, Teseo empezó a notar esa misma melancolía en el pueblo de Atenas. las madres estaban silenciosas, los padres negaban con la cabeza y los jóvenes miraban continuamente el mar, como si esperasen que de él saliese algo terrible. Al parecer muchos jóvenes atenienses habían desaparecido, y se decía que habían ido a visitar a amigos en rincones lejanos de Grecia. Al final Teseo decidió preguntarle a su padre que preocupaba tanto al país...
¡¡¡ Niños y Niñas; les invito a continuar esta historia y crear un nuevo final !!!
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